Turmero (Venezuela), 20 de marzo 2017
Excelentísimo señor:
Luis Almagro Lemes
Secretario General de la Organización de Estados Americanos.
Washington, D.C.
Estimado señor:
Cuando oí por vez primera su nombre como candidato al cargo que ahora ocupa, sentí una profunda desazón, pues en Venezuela se comentaba que usted era visto con simpatía por el Foro de Sao Paulo y, por ende, era cercano a los regímenes que en las últimas décadas han asolado la libertad y la democracia en Latinoamérica.
Esa congoja era mitigada por el criterio, mil veces afincado en hechos, de que esa Secretaría General era un órgano ineficaz e insustancial, propio para los bon vivant de la política regional, de esos que manejan con destreza la compleja cubiertería en las cenas de Estado y en nada se ocupan de los pueblos que dicen representar.
Chávez // Dulce María Tosta
Con su muerte, Chávez pasó de ser un líder carismático y populista a un negocio redondo para tirios y troyanos. Por un lado, para los que se consideran sus herederos con el único objeto de conservar el poder y, por el otro, quienes han hecho del antichavismo una manera de ganar adeptos y una razón para copar buena parte de la escena política.
Chávez es nuestra figura política central desde hace veinticinco años. Del por ahora hasta la jura sobre la moribunda Constitución de 1961, se mantuvo como la esperanza viviente de millones de venezolanos hastiados del bipartidismo, de la corrupción, de las amantes todopoderosas y de las huestes que se movían tras ellas y de las imperfecciones de un modo de gobernar cada vez más distanciado de los intereses populares y crecientemente determinado y usufructuado por las maquinarias partidistas.